viernes, 14 de octubre de 2011

El mundo sin BlackBerry

Los apagones siempre se antojan románticos. El imaginar una ciudad que cada noche es alumbrada por miles o millones de bombillas del servicio público sorprendida por el desenchufe de todo los aparatos eléctricos nos conduce a los orígenes de la palabra. Nadie mira. Todos oyen.
¿Pero qué pasa cuando son las ondas hertzianas las que no se dejan domar y el BlackBerry no funciona, no se deja mandar por aquel que tiene verbo en la palabra escrita y que existe para ella y sólo en ella?
Como quedamos al principio, los apagones se antojan románticos y la penumbra de estas tres noches sin aplicaciones podrían tomarse como un obsequio de la compañía operadora. Un presente para darse tiempo y conversar con ese prójimo o cónyuge del que sólo se conoce el avatar y los emoticones recetados (dije recetados, no reseteados) en cada conversación que estos días volvimos a llamarle charla.
Algunos no encontraron consuelo. Destinaron sus enojos a festinar las quejas a Profeco o la compañía local, que se apresuró a repartir bonificaciones en compensación de las molestias. Hubo quien sintió mareos, pasmos musculares, sudoración, ansiedad y todo aquello que la experiencia clínica popular llama “malilla” o síndrome de abstinencia los más doctos.
Cada quien lo suyo. Por lo pronto miles de parejas en Europa, Medio Oriente, África, India, Brasil, Chile, Argentina, Estados Unidos, Canadá y México, cenaron a la luz de la pantalla.
Ya se escribirán las crónicas de los desfalcos financieros provocados por las fallas del servicio, de las miles de horas-hombre extraviadas como el trino de los pájaros azules que estas noches rebotaron sin llegar a su destino.



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