Ya en el siglo XIX, se había hecho mofa de estos personajes de postura galante, aroma perfumado y mirada alzada. En España les llamaban "Manolos", en otras partes de Latinoamérica vinieron a llamarles "chulos", como se usa hasta la fecha. En Francia nació el mote de petimetre que pasó al habla hispana. En México, además de pollos, les llamaron lagartijos, petimetres y el peor de todos: currutacos.
Petimetre según Moliere . Siglo XVIII |
Envaselinados, arropados con catálogo de Zara, Pool & Beer, calzado Florsheim, los currutacos viven también de exprimir los bolsillos de las señoras elegantes y en algunos casos llegan al extremo del chantaje o del mismo fraude en todas sus variantes.
Les gusta la buena vida y los lujos en extremo, pero desprecian el trabajo extenuante pues ellos, piensan, nacieron para vivir de que la gente los admire. Tan lindos y divinos, aunque no tengan un clavo en el bolsillo. De ahí su arrojo para conseguir lo suyo. Nunca tiene nada qué perder, pues vive de prestado.
La riqueza es el reino de la exageración, pero la exageración sin la riqueza es poco menos que indigencia.
Ese es el exceso del currutaco.
Quien piense que los currutacos son un espécimen desfazado y olvidado en el baúl de las anécdotas citadinas, tómese un espacio para revisar la lista de sus diputados. En ella, a buen seguro, encontrará uno de esos currutacos, petimetres, lagartijos.
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